Las virtudes que han convertido al té marcha en la bebida de moda están siendo también su condena. Según cifras de Forbes del año pasado, las previsiones apuntan a que que el mercado del matcha alcance los 5.000 millones de dólares en 2028, es decir, una tasa de crecimiento anual del 10,39% desde 2023 a dicho año. El único problema es que Japón podría ser incapaz de hacer frente a tal demanda.
Con un nombre exótico fácil de recordar, un vistoso color verde y multitud de propiedades saludables, el té matcha se ha convertido en la bebida de moda cuyo fervor no parece tocar techo. Todo aderezado por el impulso que le han dado figuras del famoseo internacional, desde que muchas estrellas de Hollywood divulgaran sus bondades en las incipientes redes sociales hace más de una década. Pero hay un problema: en Japón no hay matcha para tanta sed de postureo.
Lo que lo hace tan especial es la textura de polvo finísimo con la que se prepara una bebida que no es una infusión, sino una disolución, y tiene un ritual tradicional asociado muy particular. Al usar el té molido directamente permite que la bebida se tiña de un color verde brillante muy llamativo, pero que adquiere verdaderas cotas artísticas al disolverse en otros ingredientes más allá del agua: leche, bebidas vegetales y masas de repostería, panadería y chocolate.
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El té matcha no es más que té verde molido, o, más concretamente, té verde en polvo, como su propio nombre indica (抹茶, micronizado o pulverizado). Se elabora a partir de las hojas más jóvenes de plantas de té verde, de sus brotes, que han sido cultivadas bajo sombra, las cuales, tras el secado y la retirada del nervio, se pulverizan hasta obtener la textura finísima y sedosa que lo caracteriza. Y es un proceso lento y delicado que no ha podido, o no ha sabido, enfrentarse a su inesperado éxito mundial.
Un boom postpandémico
En Japón no se consume tanto té a diario como podríamos pensar, menos aún té matcha. En comparación con en Reino Unido, su ingesta habitual de té es casi irrisoria. Pero mientas las cifras parecen además ir a la baja entre las nuevas generaciones de nipones, el ansia por el polvo verde no deja de aumentar en el resto del mundo. O, más concretamente, Europa, Estados Unidos y Australia.

o es un producto nuevo, pero sí ha vivido un gran impulso desde la pandemia. Al reabrirse las fronteras y resurgir Japón como destino de moda, también se han difundido aún más su gastronomía y productos asociados, fomentados, como ya hemos señalado, por las redes sociales. Que el matcha sea vistoso, exótico y saludable lo convierte en el cebo perfecto para inundar con su brillante verde todo tipo de bebidas, galletas, helados, batidos, bizcochos bombones o tartas de queso. Algo así como la moda del pistacho, pero con un mayor poso histórico detrás y el aura de la sabiduría japonesa ancestral, que siempre vende.
Las principales zonas productoras de matcha en Japón, alrededor de Kioto, han experimentado un aumento de la demanda exterior y también un mayor interés de los turistas que acuden al país en busca de vivir experiencias locales. Se organizan visitas guiadas a cultivos y plantas de elaboración artesanal, talleres de elaboración, catas y ceremonias del té guiadas. Uno de los destinos más populares es Chazuna, una especie de parque temático dedicado a la cultura del té, en Uji (Kioto), donde el 90% de sus visitantes son extranjeros y las plazas para los talleres suelen estar reservados con semanas de antelación.

En el resto del mundo, el matcha ya no es un producto raro y exclusivo difícil de conseguir. Las compañías que lo importan se han multiplicado, y hace tiempo que se puede encontrar incluso con versiones de marca blanca en cualquier supermercado. Al volverse más accesible y barato, también aumenta el consumo y la demanda, pero solo es asequible el matcha de menor calidad. E incluso el más económico podría volverse pronto un producto de lujo.
Un arma de doble filo para Japón
A los japoneses no se les escapa que su gastronomía es uno de los grandes atractivos que tiene su país, tanto para atraer turistas como para impulsar el comercio internacional. El matcha lleva tiempo siendo uno de sus productos estrella, inicialmente exportado como artículo gourmet, pero desde la pandemia han visto en el polvo verde una nueva gallina de los huevos de oro.
El propio Gobierno ha abrazado la moda fomentando su consumo, lanzando campañas de divulgación y promoción a través de redes sociales dirigidas al público internacional. Según datos del Ministerio de Agricultura, como recoge The Guardian, Japón produjo 4.176 toneladas de matcha en 2023, casi el triple que en 2010. Pero necesita producir mucho más.
En Estados Unidos y Australia son muchos los negocios que están teniendo problemas de abastecimiento de matcha en los últimos meses, especialmente los que demandan un té de menor calidad para preparar lattes, helados y productos similares, que no requieren materia prima premium. Es todo un problema para locales de nicho especializado como Kettl Tea, en Los Ángeles, que estos días solo tenía en stock cuatro de los 25 tipos de preparaciones de matcha de su menú. Su propietario explicaba a SCMP que la demanda “ha crecido exponencialmente en la última década, pero mucho más en los últimos dos o tres años”.

Es solo un ejemplo de un fenómeno que amenaza por afectar también a aquellos que comercian con té matcha de mayor calidad y las variedades orgánicas, y que ya se está notando en los precios. Un aumento de costes que no parece haber disminuido la sed por la bebida de moda entre los consumidores occidentales, y que afecta también al mercado japonés local, donde los negocios vinculados al té matcha dirigidos a extranjeros se han multiplicado en los últimos años.
Ante los primeros informes que adelantaban la escasez a finales de 2024, varias compañías japonesas implantaron un límite de compra entre sus clientes para tratar de sortear la situación sin agotar sus reservas. Algo que no todas se han podido permitir, como ha sucedido a los productores más pequeños de otras zonas del país, como Sayama, al noroeste de Tokio. Incapaz de afrontar la abrumadora demanda, Masahiro Okutomi ha tenido que cerrar temporalmente la tienda online del negocio familiar que regenta.
Por si fueran pocos problemas, los japoneses no solo se están quedando sin matcha para consumo propio, también están viendo cómo surge la competencia desde otros países con mayor capacidad productiva de té matcha de menor calidad, con China y Corea del Sur incrementando cada vez más sus exportaciones.
Un cultivo complicado, un futuro incierto
El Gobierno japonés, consciente de la problemática, y deseoso de seguir explotando este filón, está adoptando medidas para incentivar a los productores que aumenten el cultivo de tencha, en detrimento de otras variedades de té hasta ahora más comunes.
Pero la solución no es tan simple como aumentar la producción. Para empezar, el té de primera calidad no se puede producir en masa por su propia naturaleza: al tapar las plantas durante su crecimiento se anula la fotosíntesis, lo que impide el crecimiento natural. Es decir, cada cosecha de té verde siempre será muy reducida. Y otra dificultad añadida está en el procesamiento de las hojas cosechadas, que requieren el uso de unos molinos de piedra tradicionales capaces de generar ese polvo finísimo que distingue al mejor matcha del mercado. Pero estos molinos solo son capaces de producir unos 400 g de té cada ocho horas, unas 13 latas en total.

Aumentar la superficie cultivada podría equilibrar la balanza, pero es una apuesta a largo plazo. Como explica a BBC Tomomi Hisaki, director general de Tsujirihei Honten, una de las marcas de matcha más antiguas y reconocidas del mundo, las inversiones que está haciendo Japón a día de hoy tardarán varios años en llegar a las tiendas. Y ese fomento del cultivo no convence a todo el mundo, pues algunos expertos temen que suponga una degradación de la calidad del matcha japonés al fomentar una producción destinada al mercado más comercial, alejado del ritual ceremonial del té.
En opinión de Okutomi, implementar grandes producciones en masa es prácticamente imposible en las zonas rurales de Japón, donde el sector lucha por sobrevivir al cambio generacional, un problema frecuente del mundo agrario. Y para producir un buen matcha se necesita formación, experiencia, tiempo y paciencia, algo que choca por completo con la visión capitalista occidental que no duda en acaparar todo lo posible del producto de moda. Un acaparamiento que no deja de ser absurdo, pues el té matcha se estropea rápidamente una vez molido y no aguanta bien el almacenaje.
Claro que no hace falta un paladar refinado para distinguir el té de mayor calidad cuando tu objetivo es tomar un matcha latte con sirope de chocolate y nata.
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